sábado, 18 de marzo de 2017

¡COMPRA ¡COMPRA!

Leo un estupendo artículo de Elvira Lindo hace un rato, artículo que reproduzco más abajo, donde hablaba, resumiendo, sobre la mala educación. Ayer, por otro lado, comentaba con un amigo lo bien que nos iría si la nobleza o la aristocracia, que no es lo mismo pero es igual, desapareciera de un plumazo, que ya estábamos hartos de tanta tontería, tantas prebendas, tanta gente estupenda; y ¡zas!, el inefable Álvaro de Marichalar sale a la palestra.
Recordé que hace años, -añísimos, que diría el bardo-, estaba yo pendiente de entrar en una reunión con un grupo de gente y uno de ellos hablaba con su móvil dando vueltas y sin importar que todos lo escuchásemos. Caminaba en círculos, movía los brazos y gritaba ¡compra! ¡compra! La verdad es que en aquel momento sólo pude pensar, vaya un imbécil, por favor.
Blablacar, el sainete
Si un tío habla a voces en el vagón es que no le importa difundir sus secretos-

Después de que un tipo se pusiera chulo en el tren porque le pedí que hablara más bajo por el móvil, decidí que mi campaña por el buen uso del celular había concluido. Ya lo conté. Ante la amenaza física, me rindo. Pero, cuidado, no soy un alma cándida y mi cabeza maquina venganzas. Desde entonces, pienso que si un tío habla a voces en un vagón es porque no tiene problema alguno en que sus secretos se difundan. Desde entonces, estimados lectores, pongo oído. Y oigo cosas. Oigo a hombres que dicen que están llegando a Sevilla cuando están llegando Madrid, oigo a mujeres que asesinarían a sus cuñadas si pudieran, oigo a un señor del PP (este jueves) que cuenta a voz en grito que comió con unos colegas en Horcher (alto copete) y que se zamparon no sé cuántas botellas de vino y que, para rematar, acabaron en el Habanera y allí siguió el juergón. Siento sus risotadas en mi nuca, porque va en el asiento de atrás. Soy consciente de que me metería en un lío si escribiera su nombre, en caso de saberlo, pero me parece injusto que a él no le suceda nada por invadir acústicamente el espacio de otros viajeros aireando sus secretos a voces.

No en un tren, pero sí en un Blablacar, le sucedió a la periodista Sabina Urraca si no algo parecido sin duda extraordinario. Entre los pasajeros que ocupaban el espacio limitado del coche, donde se hace necesaria una buena convivencia, se encontraba Álvaro de Marichalar, el navegante español y hermano del exyerno. El tipo no paró de hablar, según la versión de Urraca, sin importarle que los demás escucharan, y la periodista no desaprovechó la oportunidad de contar en un jocoso artículo que la viralidad convirtió en relevante, Pesadilla en Blablacar, lo que ocurrió en aquellas horas de estrecha y problemática convivencia.

Al cabo del tiempo, don Álvaro, contestó públicamente a doña Sabina en una carta abierta que destilaba un tono de patriotismo herido, y la citó a un acto de conciliación en el que exigía a la cronista 30.000 euros por daños morales. Desde entonces, esta historia bastante sainetesca no ha dejado de colear y esta misma semana aparecía el ofendido en el Vanity Fair llamando “pájara de cuenta” a Urraca y declarando que “desde la Revolución francesa se viene intentando criminalizar a los mejores por el solo hecho de ser los mejores. Hoy se sigue en lo mismo, como resulta más difícil asesinar, ahora tratan de guillotinar las almas, lo que casi es peor. Es la destructora mentalidad comunista una vez más rompiéndolo todo”.

¿Ein?
En fin, espero que todo se resuelva de la mejor manera, porque tanto está dando de sí que ahora tecleas en Google el nombre de uno de los afectados y aparece la imagen de ambos, unidos para siempre en el ciberespacio por el Blablacar. No sé si la justicia estimará que Marichalar tiene alguna razón cuando apela a su honor, pero si así fuera, me parece del todo imposible que a Sabina Urraca le pueda sacar algo más allá de unas disculpas. Tras las disculpas, tal vez podríamos hacer por que compartieran de nuevo un Blablacar hasta Burgos, por ejemplo, a ver si a la segunda se van entendiendo mejor. Yo me ofrezco a ir en medio, de conciliadora.
En esta historia (de ser yo una astuta productora estaría encargando ya a un guionista una comedia tipo Camera Café), lo que resulta verdaderamente tragicómico es que a una de las columnistas de la nueva hornada alguien pueda soñar con sacarle esa cantidad, 30.000 euros. Ese y no otro es el chiste del asunto.

Puede que haya gente que no sepa lo que ganan los jóvenes periodistas. Y es comprensible que pueda ocurrir, dado que los medios que tendrían que informar sobre la infrarremuneración de este gremio en su versión juvenil suelen contar los conflictos laborales de cualquier sector mientras no sea el suyo. Cuando se habla de que el tramo de población más castigado por la crisis ha sido el de los jóvenes debemos incluir a los periodistas, que se mueven, si es que tienen trabajo, entre los 600 y los 1.000 euros, todo esto con jornadas laborales a menudo partidas que llevan a finalizar el día a las ocho de la noche. Pero de esto sí que no hablamos. Abundan los medios digitales, aparecen nuevas firmas, algunos de los veteranos les aplaudimos sus gracias, porque en algunos casos la tienen, vaya que si la tienen, pero no hay manera de saber cómo coño llegan a fin de mes. Echa de menos una un estudio serio para saber cuántos años debería trabajar Sabina Urraca para pagar los 30.000 euros a su ofendido compañero de viaje. Y es que algunas cabezas tendrían que rodar, sí, para que una juventud que está dejando de serlo pueda prescindir algún día del socorrido Blablacar.

Por lo demás, Sabina, Álvaro, hagamos ese viaje a Burgos. Convirtamos el sainete en épica, ¡venga ya!

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